23.6.05

THE SHOW MUST BEGIN

El pensador y escritor hindú Rabindranah Tagore vino a ver el potencial industrial argentino desde la mansión de Victoria Ocampo en las barrancas de San Isidro.

Paro el jueves 6 de noviembre el muerto ya había sido sepultado, la prensa hizo otro tanto con el asunto y en el vapor de la carrera de la noche anterior se embarcó en la capital uruguaya el poeta y pensador hindú Sir Rabindranath Tagore, quien llegó a Buenos Aires muy fatigado y afiebrado, tal vez imbuido de los efluvios de un presagio de Premio Nobel. Así y todo, el ilustre visitante declaró que no quería conocer tanto a la famosa industria argentina (¡sic!), sino al alma argentina.

Al misterio sobre la identidad del autor de la primera muerte de la violencia del fútbol se sumó si el célebre intelectual oriental encontró algo para engrosar sus muchos conocimientos y que aparentemente lo había hecho atravesar el Mar Dulce o se volvió tan en ascuas como había llegado. Por lo menos, dejarnos constancia que Argentina tenía una industria y que encima era famosa, aunque sea en la India de las vacas sagradas y los encantadores de serpientes, ya era todo un acontecimiento digno de figurar en el bronce. Si bien como atalaya para avizorar semejante paisaje etéreo eligiera la residencia que su anfitriona, Victoria Ocampo, tenía sobre las barrancas de San Isidro y por donde ambos pasearon y discurrieron, incluso en veladas plateadas de luna, un paraje no muy fabriquero ni de chimeneas humeantes que digamos.

El caso fue que el domingo 2 de noviembre de 1924, jugando de visitante, el fútbol argentino resucitó a la muerte explícita como corolario lógico de los desbordes de las sagradas leyes del juego. Desde el comienzo mismo, lo hizo acuñando una impronta que no abandonará jamás y que la distinguirá de otros fenómenos violentistas que harán eclosión casi sin distingos de frontera, haciendo punta desde fines de los ‘50 al imponer en ese micromundo con autonomía cultural lo que todavía no se le llamaba neoliberalismo: que sea cuasi oficial, subvencionada desde arriba y, fundamentalmente, por encima de cualquier cosa, impune. [AR]


(Villa Gesell, enero del 2005)