23.6.05

«NOOO, NO TE VAYAS CAMPEON;/ NOOO, NO TE VAYAS, POR FAVOR»

Américo Tesorieri, arquero y poeta, el héroe. Su allegado (¿escudero?), Pepino El Camorrista, sindicado como autor material del homicidio.

"No podemos negar que asistíamos a este partido con cierto temor", aceptó La Nación desde esta orilla, el principal difusor de los inicios del fútbol en nuestro país, en su edición del día siguiente, lunes 3 de noviembre, a pesar de lo precario y lento de las comunicaciones de ese tiempo, por telégrafo y en sistema Morse. Ya en la edición impresa cuando mucho diez horas después de lo sucedido en la otra orilla, a más de 300 kilómetros de distancia, comentaba que "no puede imaginarse final más desgraciado de esta gira de los jugadores argentinos, y ello debe ser decisivo para que las autoridades nacionales tomen las providencias del caso, a fin de impedir nuevos matches que habrán de tener consecuencias fácilmente previsibles." Han pasado más de 80 años y parece ayer, ¿no? El papel de profetas tardíos, melindrosos, que cornudamente todo lo saben y nunca hacen nada para impedirlo, más el de plañideros vocacionales para cuanto luto ajeno ande suelto, siempre queda bien, de medida, socialmente luce a buena conciencia y a ciudadanía bordeando lo ejemplar del sentido común, el menor común de los sentidos.

La trifulca que terminó con un muerto y un herido tuvo lugar entre las 21:30 y las 22:00. Para una versión, frente al hotel ya mencionado se encontraba un grupito de allegados (sic, ya existían) a los jugadores visitantes, vivándolos e incitándolos a que salgan a los balcones a saludar. Cuando esto sucedió, sobre todo cuando lo hizo Américo Tesorieri, la ovación de cuando mucho el centenar de fanáticos resonó en la Ciudad Vieja. La policía brillaba por su ausencia, y cuando se haga su presentación, tarde y con pocos efectivos, va a ser tan o más inútil como decorativa. Las crónicas documentaron que el borracho nunca identificado "profirió palabras que si bien es verdad eran de grueso calibre a los vivas de los parciales argentinos, de ninguna manera puede tolerarse que determinados jugadores arrojasen algunos proyectiles desde los balcones." La infaltable moralina aportó lo suyo: "Esta incalificable conducta revela también la falta abundante de contralor de los dirigentes", se animó con cierto coraje cívico La Nación, porque a decir verdad, salvo con las camas, los idolatrados deportistas falsamente amateurs no sólo tiraron con todo lo que tuvieron a mano, sino que cuando se les acabaron hasta las perchas, casi todos bajaron a agregarse a la zurra colectiva al presunto mamado y a la tremolina que no tardó en generalizarse.

Y en su gran mayoría estaban armados no solamente de coraje...

Según el matutino montevideano El Día, ya desaparecido, Pedro H. Demby (26), soltero, bancario, remero, con físico de pato vica, estaba tomando algo en el Jockey Club enfrente del hotel y con otros compatriotas salieron en defensa del aporreado sin compasión. Un repaso de los datos da cuenta que donde el joven ponía la mano, un argentino iba al suelo por toda la cuenta, y que cuando se encontraba en lo mejor de semejante tarea fue cuando ocasionalmente se enfrentó a uno de funyi, obviamente trajeado, que llevaba una caja cuadrada de las típicas que servían de envase a los sombreros para damas de la época y tres cortes de tela.


Presumiblemente al sospechar el destino que le esperaba, el candidato al KO seguro dejó caer el bulto, se llevó la mano a la cintura, extrajo y el disparo atravesó no sólo limpiamente la garganta del joven deportista, sino que dada la época y la moda de usar el pelo engominado, terminó su trayectoria en Aníbal Loy (48), un vecino que también se había agregado como comedido. El proyectil, perdida la fuerza, no alcanzó a atravesarle la calota craneana y se le deslizó por el cuero cabelludo, haciéndole como una raya para el peinado. El lugar de la herida y la abundante hemorragia hizo pensar, en un primer momento, que era grave e incluso fatal. Tal el motivo que durante varias horas circuló la especie sobre la existencia de dos muertos, no de uno solo, como si no fuera suficiente.

La policía tardó en llegar, no cerró el acceso al puerto para peinar a los inminentes pasajeros que se embarcarían como si trajeran a Mandinga soplándoles la nuca y retornar a la otra orilla más rápido que pronto y buscar al que respondiera a las señas de los muchos testigos presenciales, como tampoco impidió otra tupida golpiza entre civiles de los dos países en las cercanías del muelle, tratando de desequilibrar de alguna manera el molesto empate en la cancha [5]. El General Artigas, de la compañía naviera Mihanovich, que los había traído, violando normas específicas y con maniobras de embarque y desamarre que no tardan cinco minutos, zarpó una hora antes de lo previsto. Mejor dicho, escapó sin el permiso correspondiente de la Capitanía de Puertos y ni siquiera fuera interceptado por una lancha guardacostas antes que dejara aguas jurisdiccionales.

5 Jeu, Bernard. Análisis del deporte. Barcelona, 1989, 210 págs. Para el sociólogo francés el empate es inconcebible deportivamente, ya que ni siquiera de manera simbólica y temporaria dirime el conflicto fundamental que simboliza. Por otro lado, ya en 1967, en el único caso en que el aparto judicial actuó seriamente y a fondo, durante los interrogatorios a la barra brava asesina los hombres de derecho fueron encontrando un hilo que los llevó a la conclusión que la chatura de los partidos y los empate los exasperaba a tal punto, después de todo el esfuerzo del aguante, a provocar disturbios por cualquier causa a la salida del partido. Romero, Amílcar. El chico de la sombrilla. I-BUCS, Buenos Aires, 2003. Bajada gratis de la edición electrónica en formato PDF con clic en el subrayado.


Eso sí, antes de partir con la selección argentina a bordo, incluso por cierto retraso por lo minucioso de la medida, el Ciudad de Buenos Aires, con todo el plantel de jugadores y dirigentes arriba, fue allanado a conciencia. No encontraron ni una aguja de tejer como elemento punzante sospechoso, menos que menos alguna de las muchas armas de fuego que habían salido a relucir en el entrevero.

Durante toda la noche los telégrafos uruguayos no dejaron de pasar datos y reclamos a las autoridades del otro lado. Hubo solamente dos demorados en territorio argentino, como ya se los llamaba desde entonces, e incluso llegó a hablarse de un santafesino medio rarito, alter ego de un marcador de punta de ese origen que tenía una vida amorosa paralela a su matrimonio formal y lo utilizaba siempre como alcagüete para llevarle costosos regalos a su querida, pero El Día montevideano insistió en dejar consignado que "el sospechoso denunciaba un marcado acento boquense, un dejo genovés". El único hincha de Boca Juniors detenido en Buenos Aires presentó como coartada que no había viajado a Montevideo y que toda la noche del domingo la había pasado con un oficial de la Policía Federal, justamente perteneciente a la comisaría 24ª, con jurisdicción en la siempre particular barriada/país aparte. La casualidad de las recurrencias ya se habían asentado en la Reina del Plata e interiores.