23.6.05

ESCAPAR A LA CARRERA

Vapor de la carrera surto en Montevideo. El Artigas fugó con el asesino arriba.

Todo hecho significativo, emblemático, no puede llegar a la condición de tal si no arrastra algo de historia propia y de la otra, de la grande y de uso común. Aquel año de 1924 le dejaría al fútbol nacional tres hitos tan imborrables como casi consecutivos. Para entender el resto de los sucesos se debe tener permanentemente en cuenta que el primer antagonismo futbolero nacional todavía estaba lejos de ser River-Boca y que fue originalmente Buenos Aires-Montevideo. Vale la pena insistir: no argentinos contra uruguayos, sino porteños enfrentados a montevideanos, tal como lo testimonia un candombe clásico de Balbi y García, como también otras constancias documentales [1]. En el verano europeo de aquel año, para colmo, como catalítico, habían tenido lugar las olimpíadas de París y en el fútbol las medallas, vítores y honores habían sido para los uruguayos. Argentina no presentó equipo. Pero la sangre quedó en el ojo y para dirimir semejantes oropeles, con un común acuerdo tácito, se decidió que semejante logro debía ser revalidado como se debe, en un pleito mano a mano entre los dos taitas sureños, por entonces la flor y nata indiscutible del fútbol mundial.

[1] Escobar Bavio, Ernesto. El fútbol llegó a la Argentina en barco, serie de 22 notas en La Nación, Buenos Aires, del 10/09 al 01/10/65. El autor fue un pionero en los relatos deportivos radiales y tiene varios trabajos valiosos por el conocimiento directo de los hechos y riqueza anecdótica. En esta publicación da cuenta que ya en 1905 estas tenidas, en una orilla y otra, con una noche de crucero intermedio, dirimían porfías que excedían en largo el campo de juego, que estaban en juego los trapos que no eran llamados de tal modo, pero con total valor de tótem, y que eran las respectivas banderas nacionales. El tema musical mencionado es Uruguayos campeones, de los mencionados cantautores, y recogido en un CD antológico titulado Uruguay 1990.

La fecha quedó fijada, mediante el acuerdo de las dos ligas, para el domingo 29 de setiembre de1924. Escenario: la canchita que Sportivo Barracas tenía al sur de Buenos Aires. La expectativa fue tal que la multitud barrió con la primera línea de sillas que festoneaba todo el perímetro y que los escasos privilegiados, los únicos en no estar de pie, disfrutaban a escasa distancia del rectángulo marcado por las línea de cal, casi entre las piernas de los jugadores y con el riesgo de comerse un pelotazo de aquellos pesados bodoques de cuero casi crudo, cerrados con un cordón de tripa, por donde se introducía y se inflaba la cámara con tiento. La invasión del campo fue tal que no hubo más remedio que suspender el partido.

Al miércoles siguiente, 2 de octubre, se llevó a cabo por fin el pleito. Con dos novedades que a la luz de sucesos posteriores van a ser decisivos: la cancha estaba por primera vez en la historia del fútbol mundial cercada por un alto alambrado perimetral, de los usados en los gallineros, y el wing izquierdo blanquiceleste, Cesáreo Onzari, fue el autor del gol para abrochar el 2 a 1 final, como consecuencia de la ejecución sin interferencias de ninguna especie de un tiro de esquina. Resultados directos y nefastos o pintorescos y grotescos, según quiera mirárselos y paladearlos: de manera irrefutable, aunque sin las medallas oficiales, los campeones olímpicos pasamos a ser nosotros y, por carácter transitivo del olimpismo, tanto el alambrado como el gol pasaron a lucir de ahí en más, sin discusión, el distinguido apellido. «Son dos de los más grandes inventos nacionales», supo ironizar con acritud Dante Panzeri [2].


2 Panzeri, Dante. Burguesía y gansterismo en el deporte. Ediciones Líbera, Buenos Aires, 1974, 414 págs.